01 agosto 2006

FIDEL NO TIENE DERECHO A ENFERMAR

A 13 días que el líder indiscutido de la Revolución Cubana cumpla sus 80 años de edad, por primera vez en sus 47 años en el poder, una operación quirúrgica complicada luego de una crisis intestinal, lo ha obligado a proclamar la sucesión temporal en su hermano Raúl Castro y una dirección colegiada del país, firmada de su puño y letra.

Con asombro hemos visto por CNN trasmitir reiteradamente la "Proclama del Comandante en Jefe Fidel Castro al pueblo de Cuba", con alusiones antimperialistas y de clara advertencia al gobierno de EEUU ante cualquier intento de aprovechar esta situación. Sólo recuerdo algo similar cuando Granma, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, publicó un discurso del expresidente Ronald Reagan en términos amenazadores contra Cuba. O la publicación íntegra de la última Homilía del Arzobispo Arnulfo Romero, luego de su asesinato en El Salvador, también en este periódico.

Sin duda alguna, nadie queda indiferente frente a este acontecimiento inesperado dentro de lo probable. Desde los que esperan simple y llanamente su muerte y desaparición física, ante la impotencia de su ineficacia política y militar para derrocarlo. Olvidando que "el asesino siempre vuelve al lugar del crímen", y el mayor crímen de Fidel Castro es haberse mantenido casi media década en el poder en Cuba, a 90 millas del país más poderoso, militarista y agresor que haya conocido la humanidad, desafiando todas las formas conocidas de exterminio, el bloqueo más largo de la historia y la irracionalidad política más prolongada de que se tenga noticia. Hasta los que esperan que una vez más que cual ave Fénix, como tantas veces lo ha hecho, reaparezca una vez más en el escenario de la historia, inclaudicable y desafiante.

Las certezas y los rumores que dan paso a las especulaciones de todo tipo, demuestran una vez más que Fidel, un ser mortal como cualquiera, a sus 80 años, no sólo no tiene derecho a enfermarse sino a morirse tranquilamente como cualquier ciudadano del mundo, por su naturaleza mítica y su incansable labor mesiánica y revolucionaria.
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