Llegué al lugar de la conferencia y de inmediato cruce miradas con una hermosa mujer que mostraba generosamente un escote no muy pronunciado donde más bien insinuaba unos senos no muy grandes pero suficientes para desear acariciarlos. Esa mirada cruzada estaba cargada de erotismo, de deseo, y sentí un escalofrío, pero no pude evitar mirarla insistentemente y sentir como sus ojos me respondían excitados que también me deseaba.
En ese momento supe que debía eludir continuar mirándola porque no me sería posible concentrarme en la conferencia, pues sus labios me pedían a gritos un beso apasionado, preludio inevitable de un coito salvaje que ambos deseábamos, sin haber pronunciado palabra entre nosotros.
Ese intento tampoco tuvo pleno éxito porque en cada pausa nuestros ojos encendían una hoguera que pretendíamos apagar en un fracaso constante. Sin saber siquiera su nombre, terminé la conferencia y evité todo contacto directo y personal con ella.
Superado el sentimiento y el instinto, reflexioné racionalmente sobre este episodio que me devolvió a mis primeras experiencias adolescentes. Me parecía increíble que hubiera ocurrido este evento al que todos se refieren como "amor a primera vista", porque no pude sacarla de mis pensamientos hasta el día siguiente en que volvimos a encontrarnos.
Su mirada, su sonrisa, y el timbre de su voz acompañaban con una sensualidad arrolladora un cuerpo bien conformado con hermosas piernas, amplias caderas y movimientos femeninos y cargados de un erotismo natural que quitaba el aliento, hacía palpitar el corazón como un tambor africano, fuerte, rítmico y guerrero. La emoción de verla y sentir de forma tan intensa la atracción física, plenamente correspondida, me hacían un nudo en la garganta.
Durante una semana en que se sucedieron las conferencias, repetíamos extasiados el proceso, sin saber hasta donde podíamos llegar o resistir esta atracción a cada momento más intensa y excitante.
Finalmente llegó el día de la clausura en un elegante cabaret del principal hotel de la ciudad. La numerosa concurrencia hizo que nos sentáramos lejos el uno del otro, y como profesor solicitado bailé con todas las alumnas que constituían abrumadora mayoría en relación con los escasos varones que debíamos multiplicarnos para no dejar a ninguna dama olvidada en cada baile entre la cena y los tragos.
Concientemente evité buscarla o invitarla a bailar durante toda la noche, pues además estaba acompañada por otro alumno que había llegado con ella y compartía su mesa. Y casi al terminar la fiesta, sentí una cálida mano que tocaba mi hombro, y sentí una voz cargada de deseo y reproche que me preguntaba:
-Profesor...¿Y usted no va a bailar conmigo?
- Por supuesto, le respondí tomando su mano y abrazando su cintura.
Sentir su aliento cálido, su fragante olor a hembra, y el contacto de su cuerpo turgente y vibrante en cada movimiento, fue sentir el placer más intenso y viril de mi existencia. En un ambiente cargado de música, repleto de gente, luces y humo, estábamos solos ella y yo. Concentramos el universo y detuvimos el tiempo en la plenitud de ese contacto, de esa unión de dos cuerpos que sólo deseaban fundirse en uno. Fue todo esa noche que se selló con una despedida con promesas de nuevos encuentros.
Aún pasaría largo tiempo para volver a coincidir y completar el anhelo común de cerrar el círculo de fuego y pasión contenida, para alcanzar la cima del placer y la realización del amor en un acto único e irrepetible.
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